Afiche original del film. |
Viene a mi recuerdo un personaje inolvidable de una famosa
película italiana, “Milagro en Milán”, el cual sentía una tan gran dosis de
ternura y amor al prójimo, que no podía ver a ninguna persona triste, hasta tal grado
llegaba su bondad hacia los demás, que si veía a alguien sufriendo algún
defecto físico, inmediatamente adoptaba el tal defecto en su persona, como si
él también lo padeciese, pretendiendo con esta actitud conseguir que esa persona
no se sintiese marginada por ser única en sufrirlo.
Una escena de esta gran película, con Totó (en primer plano), el huérfano que a todos hace el bien. |
Este entrañable personaje, en una secuencia de dicha
película, recibe de pronto sobre él un aluvión de agua procedente de un cubo
que una chica de servicio deja caer a la calle, en el preciso momento que él pasa por allí; la chica
asustada al verle empapado y la señora riñéndole por su descuido con tan
deplorable resultado, hacen que el tan singular protagonista, en un noble afán
de hacer desistir a la señora de sus amenazas de despido a la pobre chica, se
esfuerza, con su innata bondad, en convencer a ambas de que no le ha molestado
en absoluto el remojón, echándose más
agua sobre la cabeza de otro cubo que hay por allí. Para dar más veracidad a
sus palabras, continúa diciendo que está encantado de ese inesperado baño.
Transcurre el tiempo y un buen día sale nuestro protagonista
a dar un paseo, sintiendo de nuevo caer sobre su persona tal caudal de agua ,
que cuando por fin puede ver a la autora del hecho, ve ante él la cara radiante
y agradecida de la misma chica diciéndole toda satisfecha que lo ha hecho por
haber abogado en su favor y conseguir que no la despidiera su señora, pues como
sabe por él su preferencia por los baños imprevistos, se le ha ocurrido
demostrarle su profundo agradecimiento, dándole otro baño, pero esta vez con
mayor cantidad de agua para que se sienta verdaderamente a gusto. Es de
imaginar la reacción del bondadoso muchacho ante tan extraña forma de
agradecimiento que recibe; la de una natural resignación al ver el buen deseo,
aunque el resultado no haya sido tan feliz.
Al esbozar una suave sonrisa que provoca en mí el lejano
recuerdo de esta pequeña anécdota cinematográfica, por su contenido un tanto
humorístico, pienso que como en ella, no siempre en la vida real obtiene
recompensas deseables la bondad, no obstante el sólo hecho de practicarla con
los demás, lleva en sí tal grado de satisfacción personal, que vale la pena
prodigarla.
Conchita Martínez Pérez